No existe base científica para afirmar que los olores por sí mismos generen tranquilidad, euforia o excitación. Las sensaciones que percibimos al oler un determinado aroma están condicionadas por nuestras vivencias.
“Si queremos que un perfume nos haga sentir bien solo con olerlo, podemos usarlo por primera vez durante un viaje y luego nos transportará a los estados anímicos y al bienestar que experimentamos durante esa escapada”, señala el psicólogo clínico y director del GabinetedePsicologia.com Fernando Azor.
Pero además de las experiencias personales y su relación con los olores, algunos aromas pueden provocar reacciones fisiológicas. “Un alimento en mal estado desprende un olor que el organismo rechaza de forma inmediata y puede derivar en reacciones fisiológicas como el vómito”, explica Juan Cacho, profesor emérito de Química Analítica y director del Laboratorio del Aroma y la Enología (LAEE) de la Universidad de Zaragoza.
Según este experto, el sentido del olfato actúa como una señal de alerta y transmite al cerebro si se trata de un producto beneficioso o perjudicial para el organismo.
El sistema olfativo se compone de diferentes elementos, entre ellos la pituitaria, donde se encuentran los receptores olfativos. Al percibir las moléculas volátiles, se produce una señal eléctrica que llega al cerebro y este la clasifica comparándola con su base de datos, un archivo personal de olores que almacenamos desde que nacemos. Al oler una cosa rememoramos todo lo que sabemos sobre ella.
“Cada uno tiene unos registros y percibe los olores de forma distinta, pero hay aromas que por norma general originan en todos una sensación de bienestar”, indica Juan Cacho. Los hemos almacenado en el mismo lugar: en el de las cosas buenas de la vida.
La gama de aromas que resultan placenteros es muy amplia, casi inabarcable, y son capaces de cambiar el estado de ánimo de la persona que los percibe. “Se puede pasar de la tristeza a la alegría a través de la inhalación de una molécula con olor”, asegura Cacho.
Esos olores mágicos capaces de envolver de positivismo a la mayoría de la población no son difíciles de encontrar y están más a mano de lo que creemos. Este experto en aromas propone cinco grupos de delicias para el sentido olfativo:
1. Frutas veraniegas (melocotón, fresa, cereza). El olor del melocotón y la fresa se reproduce en multitud de productos. Esto se explica porque ambos olores se asocian con el verano, las vacaciones, el ocio, el sol, el descanso y la recuperación frente al oscuro invierno. Todos esos estímulos nos parecen positivos. Además, sabemos que son productos nutritivos y que generan placer al comerlos. En el caso de las cerezas, que no desprenden un olor tan intenso, nos llama la atención su color y sabor.
2. Hierbas aromáticas (lavanda, albahaca, menta). Nuestras abuelas ponían en los armarios bolsitas con estas hierbas para combatir la humedad y la aparición de moho. El aroma de estas plantas mata esos microbios y, por lo tanto, el organismo sabe que son beneficiosas. Las hierbas aromáticas nos resultan agradables porque su aroma es antimicrobiano.
3. Cítricos (limón, mandarina, naranja). Son olores frescos y placenteros. Estos alimentos contienen vitamina C y son antioxidantes. El organismo necesita compuestos antioxidantes y por eso los considera positivos.
4. Infusiones (té, poleo, manzanilla, tomillo, café). Tienen una serie de compuestos que normalmente resultan agradables para todo el mundo. El aroma del café recién hecho por la mañana espabila a mucha gente, despierta los sentidos sin la necesidad de consumirlo. Basta con el olor. En el caso de infusiones digestivas como la manzanilla, el organismo sabe que son beneficiosas porque ayudan a encontrarse mejor por sus propiedades antimicrobianas.
5. Especias (vainilla, canela, clavo, pimienta, pimentón).Desprenden olores que el organismo clasifica como positivos. Desde la antigüedad, las especias se han utilizado para conservar los alimentos, ya que además de ser antimicrobianas, el olor que desprenden predomina sobre el de los alimentos que están a punto de entrar en estado de descomposición.